La obra que la artista desarrolla se inscribe dentro de la tradición de la pintura -particularmente en relación a los discursos ligados a la abstracción no informalista, poco desarrollados en Chile-, partiendo de la afirmación de ésta como lenguaje pero desde una postura no reduccionista ni esencialista sino inclusiva y desprejuiciada tanto en el uso de los materiales como de las estrategias destinadas a producir una imagen.
Su trabajo pretende interrogarse sobre la posibilidad de abordar la pintura a través de procesos y materiales que son en sí mismos muy simples pero que son conducidos a generar una complejidad creciente. Materiales como la plasticina que es forzada a trascender su calidad de "útil escolar" para aparecer inesperadamente como soporte físico de una imagen precisa, controlada y que muchas veces excede con mucho las dimensiones "apropiadas" para dicho material. Procesos como cortar, plegar, pegar, que al ser aplicados recursivamente generan estructuras cada vez más complejas aunque siempre determinadas por el mismo proceso, no por decisiones arbitrarias de "gusto".
La artista elige la plasticina precisamente porque es una material sin nobleza, corriente, que forma parte de la experiencia que todos llevamos a cuestas, cargado de asociaciones emocionales básicas, pero intenta forzarla a ir un paso más allá de lo que esperamos de ella. El material que tocamos y desechamos sin pensar, que manipulamos afanosamente en la infancia, es transformado en la obra sutil pero radicalmente. No deja de ser lo que es, pero nos sorprende al revelar potencialidades que nunca habíamos imaginado. Cómo vemos algo y cómo comprendemos algo depende en gran medida de la familiaridad y la repetición, del hábito, pero esa misma habitualidad es la que impide eventualmente que lleguemos a comprender o a ver nada. El romper esa cadena de lo habitual y lo predecible es una de las estrategias que Magdalena Atria utiliza para producir un encuentro con lo inesperado.
Este encuentro con lo inesperado en lo cotidiano ocurre a través de una visualidad que seduce, que detiene al ojo y lo atrapa, y a través de una manualidad que desdibuja la distancia entre arte y artesanía, pero que al mismo tiempo elimina el aspecto de lo "hecho a mano". El trabajo manual que es parte fundamental de su obra también resulta inesperado porque trasciende la forma cómo estamos acostumbrados a concebir lo "hecho a mano".
La vulnerabilidad inherente a un material que jamás se endurece es otro aspecto que la lleva a escoger la plasticina como material de trabajo. Le interesa la contradicción fundamental -desde el punto de vista de la lógica de mercado- que existe entre un trabajo intenso y concentrado, que demanda muchísimas horas de dedicación y paciencia, y un material que niega cualquier afán de permanencia y que está siempre en riesgo de retornar a lo informe.
La muestra consta de tres pinturas de grandes dimensiones, (5 x 2.50 mts., 4 mts. de diam. y 3 x 2 mts.) realizadas en plasticina y pegadas a presión sobre el muro o posadas sobre el suelo.
Su trabajo pretende interrogarse sobre la posibilidad de abordar la pintura a través de procesos y materiales que son en sí mismos muy simples pero que son conducidos a generar una complejidad creciente. Materiales como la plasticina que es forzada a trascender su calidad de "útil escolar" para aparecer inesperadamente como soporte físico de una imagen precisa, controlada y que muchas veces excede con mucho las dimensiones "apropiadas" para dicho material. Procesos como cortar, plegar, pegar, que al ser aplicados recursivamente generan estructuras cada vez más complejas aunque siempre determinadas por el mismo proceso, no por decisiones arbitrarias de "gusto".
La artista elige la plasticina precisamente porque es una material sin nobleza, corriente, que forma parte de la experiencia que todos llevamos a cuestas, cargado de asociaciones emocionales básicas, pero intenta forzarla a ir un paso más allá de lo que esperamos de ella. El material que tocamos y desechamos sin pensar, que manipulamos afanosamente en la infancia, es transformado en la obra sutil pero radicalmente. No deja de ser lo que es, pero nos sorprende al revelar potencialidades que nunca habíamos imaginado. Cómo vemos algo y cómo comprendemos algo depende en gran medida de la familiaridad y la repetición, del hábito, pero esa misma habitualidad es la que impide eventualmente que lleguemos a comprender o a ver nada. El romper esa cadena de lo habitual y lo predecible es una de las estrategias que Magdalena Atria utiliza para producir un encuentro con lo inesperado.
Este encuentro con lo inesperado en lo cotidiano ocurre a través de una visualidad que seduce, que detiene al ojo y lo atrapa, y a través de una manualidad que desdibuja la distancia entre arte y artesanía, pero que al mismo tiempo elimina el aspecto de lo "hecho a mano". El trabajo manual que es parte fundamental de su obra también resulta inesperado porque trasciende la forma cómo estamos acostumbrados a concebir lo "hecho a mano".
La vulnerabilidad inherente a un material que jamás se endurece es otro aspecto que la lleva a escoger la plasticina como material de trabajo. Le interesa la contradicción fundamental -desde el punto de vista de la lógica de mercado- que existe entre un trabajo intenso y concentrado, que demanda muchísimas horas de dedicación y paciencia, y un material que niega cualquier afán de permanencia y que está siempre en riesgo de retornar a lo informe.
La muestra consta de tres pinturas de grandes dimensiones, (5 x 2.50 mts., 4 mts. de diam. y 3 x 2 mts.) realizadas en plasticina y pegadas a presión sobre el muro o posadas sobre el suelo.