Hace cinco años, las obras de Emma Malig llenaron los altos muros del Museo de Arte Contemporáneo. Pliegos y pliegos de su estética cartográfica exigían una amplia perspectiva a la mirada pero a la vez animaban a acercarse para reconocer el detalle iconográfico.
Esa dicotomía entre lo lejano y lo cercano ha sido un continuo en su producción artística. Sus largos períodos de residencia en Estados Unidos, Alemania, Japón y Francia, la han llevado a incorporar la errancia a modo de leitmotiv, y con ella la configuración espiritual de un país que se añora desde el destierro.
Su obra aterriza ahora en Galería Animal (Alonso de Córdova 3105) recordando a cada momento la fragilidad en la que se desenvuelve el “extranjero”.
El papel en sus más diversas manifestaciones, en libros, cuadernillos, desplegados, transparentes, arrugados, nos recuerdan metafóricamente la idea de “viajar liviano”, el situarse como ciudadano de un “no lugar”.
Y con ellos, los colores de la remembranza, los sepias y los tierra, que refuerzan su estética cercana a los antiguos estudios geográficos y cartas de navegación. Una visualidad nostálgica y ajena a las tendencias, que se nutre más bien de la filosofía oriental, con toda su sutileza expresiva llevada al ámbito del arte contemporáneo.
Las pequeñas y fugaces presencias, la constante referencia poética, el trazo, leve, la evocación y fragmento conforman el vocabulario con que esta artista persiste en su búsqueda de la tierra utópica.
Esa dicotomía entre lo lejano y lo cercano ha sido un continuo en su producción artística. Sus largos períodos de residencia en Estados Unidos, Alemania, Japón y Francia, la han llevado a incorporar la errancia a modo de leitmotiv, y con ella la configuración espiritual de un país que se añora desde el destierro.
Su obra aterriza ahora en Galería Animal (Alonso de Córdova 3105) recordando a cada momento la fragilidad en la que se desenvuelve el “extranjero”.
El papel en sus más diversas manifestaciones, en libros, cuadernillos, desplegados, transparentes, arrugados, nos recuerdan metafóricamente la idea de “viajar liviano”, el situarse como ciudadano de un “no lugar”.
Y con ellos, los colores de la remembranza, los sepias y los tierra, que refuerzan su estética cercana a los antiguos estudios geográficos y cartas de navegación. Una visualidad nostálgica y ajena a las tendencias, que se nutre más bien de la filosofía oriental, con toda su sutileza expresiva llevada al ámbito del arte contemporáneo.
Las pequeñas y fugaces presencias, la constante referencia poética, el trazo, leve, la evocación y fragmento conforman el vocabulario con que esta artista persiste en su búsqueda de la tierra utópica.